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RIFUGIO STORIES: TORINO

UN NIDO DE ÁGUILA EN LA MONTAÑA GRANÍTICA MÁS FAMOSA DEL MUNDO

Su mirada está fija en las montañas, incluso mientras conversa. Armando no puede apartar los ojos de la ventana, del blanco deslumbrante del glaciar. Hay un silencio absoluto en el Rifugio Torino. Los escaladores ya se han ido y los turistas todavía no han llegado. Una calma inquietante. «Disculpad», murmura Armando, volviendo a pensar en el momento. Con sus prismáticos inspecciona la montaña más alta de los Alpes, el Monte Bianco, que desde el lado italiano se muestra imponente y difícil. Un sueño hecho de hielo y granito, donde cada uno puede elegir su propio campo de juego, donde cada uno puede expresar su propio estilo de escalada.


Hoy hay una luz especial aquí, a 3 000 metros. Es el primer día soleado después de muchos con mal tiempo. Las paredes están todavía cubiertas de nieve y hay pocos escaladores, pero alguno ya se está moviendo. «Matteo Della Bordella pasó hace unos días», comenta nuestro anfitrión. Armando Chanoine pasa, desde hace 10 años, los veranos en el nido de águila más famoso de los Alpes. Ofrece servicios de restauración a los que huyen del bullicio de la vida cotidiana, a los turistas perdidos y a los alpinistas que regresan cansados de perseguir sus sueños.

Él los cuida como a un padre y hasta que no están todos de regreso en el refugio, sus pensamientos están fijos en ese extraño mundo que se encuentra al otro lado de la ventana. «¡Tiempo infernal! No han podido hacer nada», añade mientras inspecciona las vías con sus binoculares en busca de hormigas de colores. Son los escaladores que han dormido aquí antes de salir a dar rienda suelta a su arte, trazando líneas imaginarias sobre la montaña granítica más famosa del mundo.

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El Rifugio Torino está inmerso en un silencio de otro mundo que solo se rompe con el ruido de fondo de los frigoríficos. Son solo unas pocas horas de tregua, tiempo dedicado a limpiar y a prepararse para una nueva cálida acogida. «Somos una máquina organizada», bromea Armando. Era la Navidad de 2012 cuando decidió hacerse cargo de la gestión del refugio junto con su familia. «Hoy regento tanto el Rifugio Torino como el Rifugio Monzino, pero es gracias a mi familia. Ellos fueron los que me convencieron cuando me ofrecieron el refugio, yo no quería, tenía miedo de no poder hacerlo... pero al final, aquí estamos». Sus manos golpean la mesa, un golpe suave sobre la madera lisa y pulida.


Construido a principios de la década de los 50 por las secciones CAI (Club Alpino Italiano) de Torino y Aosta, este nido de águila frente al Monte Bianco se convirtió rápidamente en una meca para alpinistas y excursionistas. Desde aquí, parten algunas de las vías clásicas a las cumbres del macizo del Monte Bianco, como Dente del Gigante, Mont Blanc du Tacul y Tour Ronde, así como Grand Capucin y Aiguille de Toula. En definitiva, seas un principiante o un experto alpinista, tienes que pasar por el Rifugio Torino aunque sea solo para disfrutar de las magníficas panorámicas que ofrece este lugar en la frontera entre lo humano y lo imaginario. Mirando hacia el oeste, la vista se llena de un enorme mar de hielo del que emergen agujas rocosas verticales, dominadas por la imponente belleza de los 4 810 metros del Monte Bianco.

Alcanzarlo es más que fácil hoy en día gracias al teleférico Skyway, antes las cosas eran muy diferentes. Antes de que se inaugurara el famoso teleférico del Monte Bianco, subir al Rifugio Torino era una hazaña para unos pocos. Era necesario seguir un sendero, que todavía existe, a partir del Rifugio Pavillon. Un largo y complejo sendero que ahora está poco transitado, especialmente por escaladores que prefieren llegar al Rifugio Torino descansados para concentrarse en sus objetivos. «Los cuatro años que estuvieron construyendo el Skyway fueron muy duros», recuerda Armando, quien inicialmente llegó aquí al refugio, a 3 375 metros, para ayudar en la construcción del teleférico. Se necesitaba una estructura que pudiera acoger a los trabajadores durante el tiempo de las obras. Su presencia, entre 2011 y 2015, fue de vital importancia para su construcción. «Un plato caliente y un techo bajo el que dormir, cuando se trabaja en condiciones extremas, valen su peso en oro», dice. Entre las principales dificultades con las que se encontró Armando estuvo la necesidad inmediata de ofrecer un nivel adecuado de hospitalidad: «Desde el principio, tuvimos que equiparnos para trabajar incluso en invierno, con temperaturas que podían alcanzar los 20 o 30 grados bajo cero». Luego, en 2015, después de la inauguración del teleférico, un importante trabajo de modernización le dio al refugio su aspecto actual.

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Con el Skyway, el refugio cambió. «Desde 2012 hasta hoy, hemos visto un aumento constante de visitantes. Somos un destino internacional. Mucha gente sube para admirar la octava maravilla del mundo», dice Armando. Él sabe muy bien el valor de los números del Rifgio Torino. En el Rifugio Monzino, el número de visitantes es bastante diferente: «Yo diría que diez veces menor». Normal, se podría decir. Se encuentra a los pies del glaciar Freney y para llegar al refugio hay que hacer una larga caminata que requiere tanto forma física como una pisada segura. El fácil acceso hace aumentar el número de visitantes. Y luego se añade la vista de la cara sur del Monte Bianco. «Hermoso a la vista y variado para escalar. Partiendo desde el refugio se pueden hacer varias ascensiones diferentes, tanto fáciles como difíciles», explica. Entre las escaladas más fáciles y más famosas se encuentra sin duda Dente del Gigante, donde los escaladores pueden comenzar a probar la roca de alta montaña. Puede servir de entrenamiento para ascensiones más exigentes como podría ser el Cervino. Pero el macizo del Monte Bianco también ofrece escaladas desafiantes, en vías históricas como las de Gran Capucin, auténtico icono del alpinismo. También Tour Ronde y Mont Blanc du Tacul, en definitiva, un rico bufé donde elegir libremente tu plato favorito.
 
Vivir los veranos como gerente de refugios en el Monte Bianco es un privilegio, pero también un compromiso importante. No solo por las dificultades que implica ofrecer una hospitalidad de calidad a una altura desafiante, sino sobre todo por el papel clave de salvaguardar el terreno montañoso que caracteriza a un refugio. Todo el mundo pasa por el Rifugio Torino tarde o temprano. Ueli Steck se detuvo a tomar un café en 2015 durante su aventura que consistía en escalar 82 cuatromiles en solo 80 días. Matteo Della Bordella, con sus compañeros de la SMAM (Sección Militar de Alta Montaña), es como de la casa. Y también otros grandes nombres del alpinismo italiano e internacional que se encuentran en este lugar animados por el mismo sentimiento. El que impulsa a los cientos de apasionados que acuden cada día al refugio en busca de sueños por alcanzar. Armando y su familia les darán la bienvenida cuando abran la puerta, les aconsejarán sobre las condiciones de las vías y les mimarán cuando regresen de sus aventuras. Su experiencia como guía de montaña es aquí fundamental: «El responsable del refugio debe ser ante todo guía de montaña o, al menos, tener una amplia experiencia en la montaña. Debes ser alpinista. Me paso días enteros al teléfono, dando consejos e información sobre las condiciones de las vías y la equipación más adecuada. Esto también forma parte del trabajo, una parte fundamental. Un enfoque completamente diferente a lo que sucede al reservar un hotel en una ciudad. La del refugio es una dimensión única en su clase, una realidad que a menudo es difícil de comunicar. El refugio es un baluarte cultural, un lugar de cultura y protección del medioambiente. Los responsables de los refugios son los primeros que cuidan las montañas y, al final, todo nace de una profunda pasión. «Siempre he tenido un vínculo intenso con este mundo, no solo con el mundo del alpinismo, sino con las montañas en general», nos cuenta Armando. «Por encima de los mil metros, vives una vida diferente. Crecí preparando heno y limpiando bosques y senderos, y luego desarrollé una pasión por el mundo vertical».

«Cuando regentaba solamente el Rifugio Monzino, podía sacar tiempo para hacer mis escaladas, pero hoy un poco menos. Siento la misma alegría al ver los ojos de los jóvenes que regresan de sus escaladas. Los ves que brillan por el viento y el frío, llenos de emoción. Satisfechos». Pero no siempre es así. «Los accidentes ocurren todos los años. A menudo me repito que hay que acostumbrarse, pero es difícil. Todos pasan por aquí. Suben llenos de energía, nos divertimos juntos, descubrimos sus sueños… luego alguien no regresa. Estos son los momentos más duros, a los que nunca te acostumbras. Y no hay culpas o culpables. Forma parte del juego de la montaña, consiste en asumir riesgos controlados para perseguir una pasión abrumadora y sentirse vivo.»

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UN’ASCENSIONE D’ANTAN BY MANRICO DELL’AGNOLA

Eran otros tiempos. No sé si el glaciar era muy diferente o si el problema era solo nuestro concepto de seguridad, pero el caso es que esa vez abordamos el Gran Capucin como si fuera una escalada normal en los Dolomitas. Partiendo de Feltre, donde las estrellas aún brillaban en el cielo oscuro, cruzamos rápidamente el norte de Italia, en dirección oeste, como en un sueño americano. Queríamos tomar el primer teleférico. Sabíamos que allá arriba grandes paredes rojas se alzaban sobre enormes glaciares, pero esto no nos impresionó ni nos desanimó, buscábamos roca y Gran Capucin estaba hecho de roca, así que ningún problema. Para nosotros, el glaciar no era más que nieve y mojar nuestras viejas zapatillas de gimnasia no era un problema. Mi compañero de cordada, Andrea, por un exceso de precaución, sacó de su mochila un par de botas de montaña de cuero muy viejas. Dijo que, en caso de emergencia, podíamos llevar una cada uno. Simplemente caminamos sobre la nieve del glaciar, cubrimos nuestras zapatillas con bolsas de plástico para impermeabilizarlas y la idea de atarnos nunca se nos pasó por la cabeza.
Sacamos las botas viejas solo para cruzar la grieta final del glaciar, era bastante profunda, ciertamente más profunda de lo que imaginamos. Luego, la escalda fue fenomenal, en roca nos sentimos como en casa. Una serie de bonitos largos hasta roca fantástica y, en definitiva, no demasiado difícil, nos llevaron a lo más alto. Habíamos pensado con anticipación: en la mochila pondríamos dos sacos de dormir que necesitaríamos para pasar la noche en la pared, en el glaciar o en el escenario más optimista, cerca del refugio.

Estábamos casi en la cima cuando Andrea hizo un movimiento en falso y dejó caer la mochila, todas nuestras esperanzas de dormir allí se esfumaron. Era tarde y en un instante nos sentimos atrapados. Enfadarse no habría servido de nada, lo importante en ese momento era bajar por la pared y llegar al refugio, ya habíamos entendido que en esas condiciones un vivac con los forros polares habría sido, si no fatal, ciertamente muy difícil. Descendimos zigzagueando por una pared para nosotros desconocida con una serie de rápeles y por cuerdas fijas escalofriantes, ya estaba oscuro y estábamos bastante desesperados. Aparte de los sacos de dormir, la cámara y las carteras estaban también dentro de la mochila. Había luna llena. Ciertamente no era el momento de intentar recuperar la mochila, que sin duda se había deslizado en alguna grieta. Teníamos que intentar llegar al refugio, era nuestra única esperanza. Llevábamos casi dos días, no estábamos aclimatados y estaba empezando a hacer mucho frío. En el glaciar, Andrea empezó a delirar, se desplomó en la nieve, quería dormir allí, estaba exhausto. Yo también estaba destrozado, pero, recordando esas historias de Buhl y Bonatti donde en ciertas condiciones todos se dormían y morían, pateé el trasero de mi amigo tratando de levantarlo de nuevo.


Llegamos al Rifugio Torino pasada la medianoche. Recuerdo que golpeamos la puerta y un hombre nos abrió. Tan pronto como nos vio, su expresión cambió. Él entendió e inmediatamente nos ofreció té caliente, nos dio unas mantas y nos dejó dormir en algún lugar, no recuerdo dónde. Era un verano a principios de la década de los ochenta, habíamos escalado la ruta Bonatti en el Capucin, y este refugio nos salvó la vida.

EXPERIENCE BY

MANRICO DELL'AGNOLA

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